Cuervos

Cuervos

Maclobio Najera Najera, Guest Submission

En una noche sin luna, tres jóvenes vagaban cerca del cementerio del pueblo. Pues quedaba de paso en el camino que llevaba a las casas de Alejandro, Pablo y Juan los cuales  platicaban acerca de las leyendas urbanas que rodeaban el cementerio.

 

-Se dice que la llorona se aparece a medianoche por el arroyo que está detrás del panteón. -dijo Juan.

-Yo sabía que la persona que cuida el cementerio es un caníbal que come la carne putrefacta  de los muertos que ahí ya hacen descansando. -Compartió Pablo con los demás  con voz profunda de ultratumba. Tanto a Juan y a Alejandro se les erizó la piel al escuchar tan aterrador relato, pero Alejandro no debía de mostrar temor alguno ante sus amigos así que contestó con pecho inflado.

-Esas son patrañas. ¿Cómo se les ocurre creer en tales cosas, en cuentos de gente chismosa? -respondió escépticamente Alejandro con un tono asustado. Pablo en cambio se siente seguro y calmado, esto no hace más que poner más credibilidad en sus palabras.

-Bueno Alejandro si en verdad crees que son solo chismes, ¿por qué no lo verificas tú mismo? Entrando al cementerio solamente con este mechero en tus manos hum. -Replica Pablo con una sonrisa de de oreja a oreja. <<Maldición>>, pensaba Alejandro en sus adentros ahora que debía de entrar al cementerio para mostrar su hombría.

-Trae pa’ acá esa cosa. -Dijo Alejandro arrebatando el mechero de plata de las manos de Pablo. Alejandro enciende el encendedor a pies de la puerta del cementerio. Antes de adentrarse en el cementerio mira hacia atrás y observa cómo de forma burlona Juan y Pablo están saludando de forma militar, como si se estuvieran dando el último adiós antes de que Alejandro fuera a una misión suicida.

 

Alejandro comenzó a caminar a dentro del cementerio mientras iba maldiciendo entre dientes de como por hablador le pasaban estas cosas. Alejandro siguió caminando por unos cuantos minutos más adentrándose cada vez más al centro del cementerio donde se podía escuchar el cantar de los búhos, los chirridos de los grillos y el crujido de las hojas secas de los árboles. El viento soplaba entre las copas de los árboles y lo único que separaba a Alejandro de la oscuridad del panteón era la pequeña luz que emanaba de la flama que producía el mechero de plata que Pablo le había otorgado. Alejandro estaba temblando más por miedo que por el frío que se sentía en el cementerio pues a cada paso que daba, los cuervos, pájaros vestidos en manto negro se paraban en las cabeceras de la tumbas y en las ramas secas de los árboles  que rodeaban  al pobre y tembloroso Alejandro. De un momento a otro los cuervos empezaron a graznar y a volar de un lado a otro, algunos chocaban con Alejandro quien se echó a correr entre el mar de plumas negras. Corría y corría hasta que chocó con una persona de sombrero de paja y en una mano sostenía una pala, mientras que en la otra una lámpara era lo que tenía. Aquella persona era el que cuidaba el camposanto. La llama del encendedor se extinguió  cuando Alejandro se echó a correr. Desde el momento en que la llama desapareció entre la oscuridad  los cuervos dejaron de volar caóticamente. El guardia tomó a Alejandro del brazo y le jaló gritando.

-¿Qué haces aquí mocoso? ¡eh! – Alejandro con lágrimas en los ojos responde.

-Perdón señor, yo tan sólo quiero irme a mi casa. -Dijo Alejandro en tono suplicante.

El guardián  se apiadó del joven y le llevó al puesto de seguridad donde le ofreció un cafecito, mientras que esperaban que llegaran por Alejandro.

-Y ¿qué estabas haciendo en el cementerio a estas horas? – preguntó amablemente el viejo guardia a Alejandro.

-Yo, estaba cumpliendo un reto que hice con mis amigos. Aunque sí tenía un poco de miedo no estaba tan asustado, hasta que los cuervos se empezaron a ponerse todos locos. -Contestó Alejandro mirando su reflejo en el la taza del café que sostenía con las dos manos.

-Ya veo. -Dijo el hombre con un cigarro en mano. Después de una pequeña inhalada de tabaco el guardia le dijo a Alejandro. -¿Quieres saber por qué los cuervos se pusieron así de violentos? -A lo cual Alejandro movía su cabeza en señal de afirmación. El guardia tomó otra pequeña fumada de el cigarro antes de tirarlo al suelo y pisarlo para dar comienzo a su historia.

 

-Verás niño antes, mucho antes de que tú, e inclusive yo nacieramos, los cuervos no eran de color negro sino que eran de colores pálidos de los cuales eran más comunes ver eran el azul y el café. Total estos antiguos cuervos vivían cerca de las granjas y los pastizales donde abundan el trigo y las semillas, también donde vivía su mejor amigo el espantapájaros. A pesar de que los espantapájaros, como dice su nombre estaba creados específicamente para espantarlos y evitar que se comieran las semillas que se usaban para plantar la cosecha. Pero aún así los cuervos no le tenían miedo, de echo le tenían un cierto aprecio, pues en él se paraban para razonar o cantar su ronca melodía. Todo era perfecto para ellos, tenían alimentos y compañía para vivir una placentera vida. Pero todo se vio terminado por aquello que sostienes en tus manos con tanto amparo. Fuego,  fuego fue lo que consumió todo en las granjas las cuales fueron exterminadas y las cosechas arrasadas y su pobre amigo inmóvil sin poder moverse o si quiera pedir ayuda murió calcinado entre las furiosas llamas. Los cuervos devastados volaban, graznaban y lloraban por tan terrible suceso, ¡oh! pobres pájaros. Al final todo fue reducido a cenizas. Los cuervos devastados por este hecho se cubrieron en luto con las cenizas del pobre espantapájaros y graznado en los cementerios junto a la muerte desde ese fatídico día. Es por eso que los cuervos son de un color negro azabache o negro total, además de su repulsión hacia el fuego.  -A fuera del puesto de seguridad se oyó las ruedas de un automóvil pisando la grava que había afuera. -Bueno, chico parece que llegaron por ti. Adiós y por favor no vuelvas a entrar a este cementerio a estas horas de la noche porque recuerda que los valientes siempre son los que mueren primero.

Alejandro asentó con la cabeza para luego salir a recibir una santa regañada y un tirón de orejas de parte de su madre. En el asiento trasero estaban esperando sus amigos igual de engañados por dejar a Alejandro ir solo en el cementerio. Al final cada quien se fue para su casa y Alejandro recordaba con tanto interés la historia de los cuervos que se propuso a hacer su propio sembradío con su espantapájaros para que los cuervos y otras aves de la región cantarán al unísono sobre el feliz espantapájaros que acompañaría a estas aves con la esperanza que los cuervos dejarán el luto y recuperarán su alegría.